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viernes, 14 de noviembre de 2014

Un encuentro

El tema de los encuentros ha sido recurrente en mi obra desde hace ya algunos años, y me refiero a todo tipo de encuentros, de amistad,  amor, efímeros, duraderos, dolorosos o alegres. Todo encuentro tiene una historia detrás y algo que contar, y a veces, bastan unos breves segundos para que el encuentro con otro marque nuestra vida.

Hace algunos días tuve precisamente uno de esos momentos que te dejan una huella profunda en el corazón y en este caso,  fue alegre, luminosa  y dulce.

Desde hace diez años tengo la costumbre de salir a caminar en la colonia dónde vivo. Lo hago casi a diario  y hacerlo es para mí como una terapia;  me relaja,  me permite hacer una pausa en mis actividades,  descansar la mente además de hacer un buen ejercicio físico, ya que son unos cuatro  kilómetros en colinas. Me gusta observar el movimiento en la calle, la gente,  vecinos  y sobretodo el cambio de las estaciones en la luz, las plantas, árboles  y flores de la zona.

Desde que empecé con esta rutina en muchas ocasiones mi paseo coincide con el de un vecino, un muchacho que padece algún desorden mental, no se cual, que lo mantiene viviendo en su propio mundo, en algún lugar de su mente al que solo él tiene acceso. Siempre lo acompaña su nana, una señora madura que lo cuida con cariño. Niño rubio al que en estos  años transcurridos he visto crecer,  convirtiéndose en un joven alto y apuesto que camina, corre, ríe,  levanta hojas y flores del suelo, las observa y juega en ese universo que es su propio pensamiento. 

Nuestros caminos se cruzan, y él continúa con sus juegos,  pasa mi lado casi sin mirarme o por lo menos eso pensaba yo.  Pero ese día  fue diferente,  y la vida me regaló un momento hermoso para guardar en la memoria y el corazón.  Lo vi a lo lejos jugando como siempre al lado de la nana pero cuando él me vio acercar, me sonrió y corrió lo metros que nos separaban para abrazarme, torpemente pero con una inmensa ternura que me sorprendió, me sacudió y me dejó la sensación de estar flotando.  Me miró sonriendo con esa  inocente mirada suya  llena de luz y ternura que transmite paz infinita y después de unos segundos, cada uno seguimos nuestro camino y actividades y se alejó despidiéndose moviendo la mano.

Desde luego nunca sabré realmente que causó que por unos breves momentos él saliera de su mundo para correr a saludarme pero a mí me iluminó el día y la ternura e inocencia de su abrazo me acompañaron muchas horas.

Cuántos regalos nos hace la vida así, en forma inesperada y gratuita. Cuántos momentos felices que muchas veces, inmersos en la rutina, la prisa y las tareas diarias dejamos pasar sin dar importancia.

Sin duda alguna aquí y ahora, en el presente, saboreando  cada momento,  disfrutando los regalos pequeños o grandes que la vida hace, encontramos la felicidad. La gratitud por la vida, los encuentros, las lecciones y las personas que tocan nuestra existencia altera e ilumina la perspectiva de lo  que vivimos día a día y nos llena de memorias entrañables.


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