Un día, sin previo aviso, aparecen.
Sencillas, humildes, silvestres y hermosas, son las flores de San Miguel, que
viven a cumplir su ciclo, su cita eterna con la vida.
No sé cuál es su nombre científico, seguro
alguno en latín mucho menos
poético que Flores de San Miguel o Cosmos, cómo las llaman el algunas partes.
Llegan puntuales en el mes de septiembre y alegran el campo en el Estado de
México y muchos otros estados del país. Colorean las praderas con rosa, blanco
y amarillo que junto con los verdes del bosque y los maizales en plena cosecha,
hacen que pasear por el campo en esta época del año sea un espectáculo sublime de
belleza y color.
Son efímeras, pasadas algunas semanas
desaparecen, sus semillas vuelven a la tierra y pacientes se transforman,
maduran y esperan el tiempo propicio para regresar a recordarnos que la vida es
un ciclo y que todo plazo se cumple.
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