Antes de que abra buena parte de mis más íntimas inquietudes con la obra que mostraré 
el próximo 
1 de marzo en Toluca, quiero hablarles de mi lugar de trabajo, importante 
para mi, y quizá, para entender mucho de lo que ahí sale y verán en 
breve.
Mi 
taller es un lugar íntimo en cuyo ambiente tranquilo puedo permitir que mi 
alma asome y se muestre al mundo 
a través de mi pintura y otros objetos 
que habitan en mi imaginación. Es un 
espacio en paz, dónde disfruto en 
soledad con la compañía de mis 
pinceles, pinturas y ese olor de los solventes 
que me recuerda que estoy en casa.
En ese espacio 
me aíslo del mundo y puedo estar conmigo misma, escucharme, observarme y 
reconocer mis sentimientos y emociones, las evidentes, y también las que se esconden y prefieren no 
salir a la luz. Doy la bienvenida a mis recuerdos y permito que 
poco a poco se extiendan en el lienzo. Aunque no 
única, son fuente importante de mi inspiración.
A pesar de las 
muchas horas que ahí paso, no las siento. El tiempo y el mundo 
desaparecen cuando estoy pintado, 
en ese espacio solo existimos mi obra y yo.
Además de 
lienzos y pinturas, poco necesito para pasar muchas horas felices 
en ese reducido 
espacio... música, una cafetera y poco más. Las vistas de las balconadas mirando al poniente 
despiden el día por las tardes, 
mientras el sol me regala sus últimos rayos con unas vistas 
hermosas.
En realidad, 
no necesito más. 
Aunque en los próximos meses habrá una gran profesión pública de mi obra y mi 
existencia en mi taller es dónde soy 
feliz.
